Retrato Anónimo

Dándole vueltas a mi mente e indagando en el fondo de mi ser, he llegado a mi alma para que mi mano no tiemble al escribir esta historia.
Desde pequeño empecé a investigar, queriendo o sin querer... ¿qué era el tabaco?¿que se sentía con el alcohol?
Empecé observando como fumaban los otros. Y, con amigos de mi infancia, primero aprendimos a fumar, luego a liar porros, y ya avanzando de edad, observamos a donde llegamos y qué sentíamos tomando otras drogas más fuertes.
Cada vez se sentía uno mejor y a la vez peor, por las consecuencias de aquellas drogas.
Mi mente empezó a desarrollarse, a buscar otros caminos. Me gustaban las experiencias, las cosas raras, indagar, conocer mundo.
Vivía en un pequeño pueblo de 1000 habitantes, lo que hacía que sintiera más ganas de conocer mundos nuevos.
Así que un día que había bebido en exceso empecé a dar vueltas y vueltas por todo el pueblo, y en mi mente se fijo una idea: "no digas nada a nadie, ¡vete!"
Pasaba por la puerta de único sacerdote que había en el pueblo y no me lo pensé.
Llamé a la puerta y al cabo de unos segundos se abrió la puerta, se asomó el cura y me dijo: -¡Hombre... qué de tiempo sin verte! Pasa.
Entré. Me sentía como en casa pues había ido a visitarlo otras veces para escuchar música. Era un cura muy cercano con todo el pueblo.
-¿Qué te trae por aquí?-me dijo-.
Le dije que estaba harto, que estaba bebiendo mucho, que no era buena la vida que estaba llevando, que quería cambiar.
-Y ¿qué vas a hacer?-me preguntó-.
-Tengo un hermano en Guipuzcoa -le dije- hace tiempo que no nos vemos y me gustaría verlo. Dice que allí hay trabajo para mi. Tengo su dirección y lo tengo todo planeado, pero me hacen falta tres mil pesetas para llegar.
-¿Tu estás seguro de lo que quieres hacer? Con tantos atentados de la ETA, aquello es muy peligroso.
-Estoy decidido, mañana va una familia para Alemania, y dicen que me pueden llevar en su coche hasta un pueblo muy cercano.
Entonces, él, en silencio, se levantó, cogió un libro de la biblioteca, lo abrió y dentro tenía algún dinero. Sacó tres mil pesetas y me las dió.
-Ten cuidado -me dijo-.
-Muchísimas gracias, padre. Se las devolveré.
-No te preocupes, y mucha suerte.
Salí de allí y fuí a buscar a mi padre, a donde estaba trabajando. Le dije:
-Papá, me voy a Guipuzcoa.
El, cabizbajo, me dijo:
-Ten mucho cuidaito.
Le dí un beso y me fuí.
Mi madre era más llevadera que mi padre, pero no quería que me fuera, y me lo repetía una y otra vez. Pero, al final, ella sabía que dijera lo que dijera yo me iría. Y así lo hice.
A las 8 salimos del pueblo, en el coche de aquella familia que se iba a Alemania. Con mi bolso y con tres mil pesetas empezó mi primera aventura.
Paramos de madrugada para tomar café y que descansara el conductor, antes de cruzar Madrid, a una hora en que no había tráfico.
En Burgos hicimos otro descanso y ya no paramos hasta un pueblo cerca de Vergara.
Allí me bajé y quería aportar algo de dinero, pero no me lo aceptaron.
-Buen viaje, y cuidado con la carretera -les despedí-.
Y allí me encontraba, en la otra punta de España. Todo era extraño y lo unico que tenía era una dirección apuntada en un papel, pero me sentía feliz.
Fuía a una parada de taxi y me cobraron quinientas pesetas por llevarme hasta Vergara. El taxi me dejó a las puertas de un bar llamado La Parra.
Todos me miraron cuando entré con mi maleta y pedí una cerveza.
-¿Cuando viene por aquí Manolo, uno que está cortando montes? -pregunté-.
Cuatro o cinco personas empezaron a hablar a la vez:
-Si hombre, Manolo el andaluz, que está con Miguel -dijo uno, al que se le notaba un fuerte olor a alcohol- ¿de qué le conoces?
-Es mi hermano -respondí, y todos volvieron a mirarme- ¿Donde podría dejar la maleta hasta que venga?
Una chica gallega, que me había servido la cerveza, se acercó a mi con ojos pícaros y sonrisa provocadora y me dijo:
-Yo lo conozco, siempre está cantando y bailando, le gusta el cachondeo y bebe hasta por los codos. Ven, yo te guardaré la maleta.
Cuando llegó mi hermano se puso muy contento y empezamos a celebrar el encuentro. Cuando llevábamos un rato, venga a beber y beber, me pregunté: "¿Donde me he metido yo? Buscaba otra cosa y, al final, otra vez borracho".
Estuve un tiempo en Guipuzcoa cortando pinos y en verano en Santander, cortando eucaliptos.
En aquellos tiempos se ganaba un dineral, pero no servía para nada. Siempre bebiendo, con la bota llena, cuando trabájamos y cuando no trabajábamos.
Llegamos a beber una garrafa de dieciseis litros en menos de cuatro días.
Estábamos entonces en un monte de la Papelera Española, en Durango, a siete kilómetros del pueblo más cercano. Solo habia cerca, a tres kilometros, un caserío donde vivía una familia muy amable. Allí cogíamos el pan cada dos días y llegaba un landrover con el suministro de víveres para la semana. Cuando llegaba el suministro, lo primero de lo echábamos mano era de las botellas de coñac y de anis, y del tabaco.
Los domingos parábamos para descansar, y todavía bebíamos más.
Estuve algún tiempo trabajando con ellos, pero no tuve más remedio que irme. Un día, en mitad de la faena, dije:
-Voy a la cabaña un momento.
Cogí un poco de ropa y dinero y me fuí andando hacia el pueblo más cercano. Y mi camino empezó de nuevo.
Después de recorrer todo el Pais Vasco decidí irme a Santander ¡No aguantaba más!
Estibé madera de los montes, unas veces a mano y otras con maquina.
Allí conocí a otras personas de las mismas condiciones: drogas, alcohol, etc.
Y pronto me cansé de las mismas historias.
Era la Feria de Bilbao y no me lo pensé. Cogí veinte mil pesetas, y me fuí con mi mochila, algo de ropa y una manta para dormir.
Pero allí todo era más de lo mismo, y no podía matar ese gusanillo que llevaba dentro y que me hacía beber cada día más.
Empecé a dar vueltas e iba conociendo personas con mochila como yo, en una plaza, en un parque... siempre me juntaba con alguno. Hippies, rockabilly, punk... cada uno se identificaba con sus músicos favoritos. Yo me identificaba con el flamenquito.
Cada uno se buscaba la vida a su estilo, como podía: haciendo malabares, con el diabolo, pidiendo a la gente...




Juan Sofío
(Próximo capítulo: "La vuelta a España en 16 días sin pagar en los trenes")

2 comentarios:

  1. Hay un momento en el largo camino de la vida, que un día la persona debe detenerse a repasar la vida vivida, lo amado y lo sufrido, lo construido y lo maltrecho. A todo y todos hay que darles un lugar en el alma. Acogerlos con dulzura y pensar:
    -Todo tiene su momento en el vivir: el momento de llegar, el momento de permanecer y el momento de partir. Una mitad de la vida es para subir la montaña y gritar a los cuatro vientos: <<¡Existo!>>. Y la otra mitad es para el descenso hacia la luminosa nada, donde todo es desprenderse, alegrarse y celebrar. La vida tiene sus asuntos y sus ritmos sin dejar de ser el sueño que soñamos.

    gracias Juan y otros que, también, nos sabemos...

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  2. El camino nos va construyendo -como un rompecabezas- pieza a pieza.
    A veces, nos hace sensibles y cercanos, pero otras veces nos hace orgullosos y duros.
    Somos una suma de cosas, algunas muy buenas, otras no tanto.
    El camino es, también, una oportunidad para hacernos mejores, para crecer, para pulir nuestras aristas puntiagudas, para regar las flores que nacen en nuestro corazón.
    Tu camino, Juan, continúa. No será fácil. Tendrás que llenarte de fuerza, no para hacerte más duro sino para hacerte más flexible, para poder caminar por todas las sendas sin que te atrapen las sombras.
    Te deseo lo mejor.
    Un abrazo

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